Los dioses mienten
Recuerdo vagamente mi primer día como profesor; no podía mirar a los ojos a los alumnos, sudaba demasiado y me la pasaba dando vueltas del escritorio a la puerta.
¿Qué dije ese día?
No recuerdo bien, algo sobre el curso, como iba a calificar y un poco sobre la introducción a la materia de análisis literario, pero las palabras se me juntaban y revolvían, causando un desagüe de tonterías.
Nunca me imaginé frente a un salón, por lo contrario, cualquier trabajo que me obligara a hablar delante de los demás me era algo impensable, pero bueno, 13 años después de ser maestro puedo decir que uno se adapta.
Tampoco me imaginé escribir una novela, mucho menos dos, Deja que los dioses mentirosos duerman y su secuela Deja que los dioses mentirosos despierten. Pero aquí llegué; con algunos golpes, cicatrices, canas, bolsas en los ojos y una visión borrosa. Sigo en los salones de clase, mis palabras tienen más sentido, mi voz no tiembla y llega más lejos, un cauce de palabras que desemboca en un lago, quizá en el mar.
Siempre les digo a mis alumnos que escribir puede ser desagradable, se escribe en soledad, escuchándose constantemente, asqueándose de uno mismo y de su propia voz, de un cumulo de ideas tratando de buscar un orden, un constante dialogo con varias partes de uno mismo.
Deja que los dioses mentirosos despierten fue un trabajo que tardó tiempo; desde que escribí el primer capítulo hasta terminar con el epilogo pasaron 5 años y en esos años pasaron muchas cosas, hablé de ellas en Thanatos y Cronos.
Llegué a pensar que podría escapar a los eventos de Thanatos y Cronos en la escritura, en sus personajes y sus problemas, sumergirme y olvidarme, entrar en un sueño profundo en el cual podría ir construyendo. No fue posible.
No era una cuestión de inspiración ni tampoco de motivación. Ambas, inspiración y motivación, son cosas parecidas a los espectros, existen solo en videos con mala calidad, mal enfocados y truqueados. Pero a veces, te hacen dudar y pensar: “¿Existen?” Y sí, está bien creer en ellos. Pero al final del día, cuando crees que veras uno, nada, solo el silencio y lo cotidiano, nada fantástico le hizo una grieta a la realidad y la fracturó.
Cambié entonces la táctica, no sería un sueño ni un escape, sería una caminata sobre pendiente, escogí la disciplina y al comienzo fue un desastre.
Noches frente al monitor iluminando mi tonta cara durante varias horas, cambiaba de canción, me acomodaba los audífonos, entraba a ver un video, checaba Twitter, volvía al texto y el contador de palabras seguía en 0. Bajaba por una cerveza al refrigerador, subía y me sentaba, bebía, suspiraba, checaba el celular, me levantaba y caminaba en el estudio, me asomaba por la ventana y terminaba mi cerveza. Me daba por vencido y apagaba la computadora, me quedaba hasta que la luz de la pantalla se extinguiera y me dejara a oscuras, no me movía durante algunos minutos, luego me levantaba de la silla y salía derrotado por la puerta.
Escribir era otro fracaso, y para ese entonces ya había tenido varios o por lo menos fracasos de los cuales me adueñé por completo. La novela fallaría. Perdía el tiempo y me perdía a mí mismo en ese tiempo. Había noches donde terminaba con los ojos llorosos, dolor en el pecho y ataques de ansiedad. Me iba a dormir recordándome lo mucho que me odiaba, despertaba al día siguiente agotado.
Sin darme cuenta, había colocado a la novela dentro de un cuarto, un cuarto llenó de fallos, lleno de culpas, había puesto una novela sin terminar en un librero donde podía leer libros completos sobre mis derrotas. Y con el pasar de los días, de estar frente al monitor con la cara de imbécil sin poder escribir nada, pensé que aquello era una completa pendejada.
Ni siquiera le había dado la oportunidad a la novela de ser un fracaso, la había condenado sin siquiera estar completa. Saqué a los dioses mentirosos de esa habitación llena de catástrofes y antes de salir y cerrar la puerta, me di cuenta de que muchos de esos fracasos encerrados en ese cuarto ni siquiera eran míos. Si la novela fallaba, si fracasaba, sería algo completamente mío.
No creo en eso de “cerrar ciclos”, ni que fuéramos lavadoras.
Mi terapeuta decía sobre los ciclos:
—La gente que usa esa frase, por lo general le echa toda la culpa al “ciclo”, al “evento”, pero se separan a sí mismos de lo que ocurrió y al hacerlo no se integra con lo ocurrido, porque fue culpa del ciclo, no de ellos o ellas, ya no forman parte de lo ocurrido, ya no hay responsabilidad, solo disociación emocional y un aprendizaje nulo. La gente de los ciclos no integra.
“Integrar” ha sido una palabra importante, pero que no había logrado entender. Integrarme, ser yo, ser uno entre tantas partes, partes que escapaban y estallaban, partes que tomaban el control y dejaban una estela de dolor. Integrarme, una chinga. Integrarme, sobrevivir, completo, sin ausencias.
Integrarme, terminar de escribir lo que había comenzado.
Hay una entrevista que pongo en clase cuando habló sobre la importancia de la voz del escritor, la entrevista es a Neil Gaiman.
“Termina lo que comienzas, a nadie le importa tu borrador. Si piensas escribir solamente cuando estes inspirado quizá puedas ser un poeta, no un escritor de novelas, debes tener la habilidad de escribir precisamente cuando no estás inspirado y de cosas que quizá no te inspiran, una palabra tras otra palabra, un ladrillo sobre otro ladrillo formara un muro, así tus palabras formaran páginas. Termina lo que comienzas”
Integrarme, terminar lo que comienzo y cerrar la puerta cuando salgo.
2 comentarios en "Los dioses mienten"
Pues qué bueno que terminaste lo que habías empezado, espero que no falten 5 años para “Deja que los dioses misteriosos se metan a bañar para irse a trabajar”.
Como eres cagon.