Hace dos días.
A Germán lo despertó el azote del viento contra su ventana. Se levantó desorientado, le dolía la cabeza y sentía los ojos hinchados. Al mirar por la ventana y poner más atención se dio cuenta de que venía una fuerte tormenta, podía ver los rayos y las nubes a lo lejos, el viento agitaba violentamente los árboles de su jardín, eran las 2:37 de la mañana. El dolor de cabeza lo fastidiaba, sentía la garganta seca y decidió bajar por un vaso de agua; pero antes de bajar a la cocina notó algo raro a través de la ventana, era Isabel, se encontraba de pie, en medio del jardín observando uno de los rincones. Solo podía verle la espalda, pero sabía que se trataba de ella.
Germán bajó las escaleras, el viento no cesaba su ataque contra toda la casa, se escuchaba el retumbar de las ventanas y algunas puertas. Llegó al patio y recorrió la puerta corrediza, el viento era helado, lo golpeó en la cara junto con algunas gotas de lluvia, la tormenta llegaría en cualquier momento.
—¿Isabel? ¿Qué chingados estás haciendo? No tarda en llegar la tormenta, metete para la casa. —Le gritó mientras se cruzaba de brazos, el frío le comenzaba a calar, pero Isabel no respondió. Comenzó a caminar hacia ella.
Llegó a pocos metros de Isabel, pero algo dentro de su cabeza le dijo que no se acercara más a ella.
—Isabel, ¿Qué no tienes frío? vámonos adentro. —Ella seguía de pie, atenta a lo que observaba, pero Germán logró distinguir un murmullo proveniente de ella, estaba diciendo algo, pero no podía escucharla bien, el viento y los rayos se hicieron más intensos, la lluvia comenzó a caer.
Germán de pronto vio lo que su esposa miraba con tanta atención, un niño jugando en la tierra, se trataba de Manuel, el hijo de ambos.
—¿Manuel? Dios mío, a los dos les va a pegar una pulmonía si siguen aquí afuera, no sé qué te ocurre Isabel, pero esto termina ahora.
Al momento en que Germán avanzó y pasó al lado de Isabel para tomar a su hijo y volver a la casa, pudo escuchar lo que le trataba de decir su esposa.
—Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días, ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. —Repetía Isabel sin parar, como si se encontrara en trance.
Germán se frenó por completo al escuchar esas palabras. Recordó el dolor de cabeza y sus ojos hinchados de tanto llorar los últimos dos días, recordó lo difícil que fue seleccionar un ataúd lo suficientemente pequeño, pero cómodo para su hijo, recordó sostener el cuerpo sin vida de Manuel y gritar histérico por ayuda después de que el camión le pasara encima. Germán entonces vio la cosa que estaba en el suelo, escarbando y jugando en la tierra, tenía el cuerpo de su hijo, tenía la ropa con la cual lo enterraron, pero no podía ser él. La cosa que confundió con su hijo gruñó y dio un pequeño aullido, giro su rostro y pudo ver la quijada enorme y desbordaba que se desprendía de su cara, sus ojos blancos y pálidos, su piel gris y dos pequeñas cuencas que se encontraban donde se supone debía de haber una nariz. La cosa emitió un aullido más intenso que se igualó al sonido de la tormenta que castigaban el cielo. Germán no se podía mover, se encontraba empapado, quería llorar, gritar, pero ya no tenía el control sobre su cuerpo. La criatura se abalanzó sobre él tirándolo en el pasto. Ahora Germán por fin pudo gritar; sus gritos se mezclaban con el sonido de la carne siendo arrancada de sus huesos mientras Isabel emitía un leve murmullo con el rostro destrozado; ella ya no tenía labios, ni ojos, tampoco nariz, algo se los había arrancado.
—Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días. Ese no es tu hijo, a él lo enterramos hace dos días.