El tiempo, las historias y un lobo
Últimamente me ha dado por cuestionar un poco más a mis alumnos acerca de sus historias, sobre: El por qué escriben.
¿Cuál es el propósito de hacerlo?
Un burdo y simple: ¿para qué?
En consecuencia, yo me he tenido que hacer está pregunta y en ocasiones —para el alumno realmente curioso y preguntón— responder a la interrogante.
Escribo o me gusta escribir —desde una trinchera la cual muchos verán cursi o quizá ridícula— porque quiero enfermar al otro de nostalgia, quiero enfermarlo tanto como me sea posible para así poder diluir el ego que lo gobierna; por lo menos de una manera momentánea, diluirlo porque creo que cuando ocurre puedo comunicarme mejor con él. Creo firmemente que la nostalgia diluye el ego y nos acerca como seres que pueden entenderse sin querer conquistarse mutuamente en este incansable juego de poder entre la mayoría de las personas.
Las historias importan, la ficción importa. Y creo que a veces se nos pasa de largo su relevancia. Las historias nos hacen ser quienes somos, creo que no nos dicen hacia donde tenemos que ir, no vislumbran el camino por nosotros. Pero si pueden ser una vela encendida entre tanta niebla.
Por ejemplo, hay una historia que yo no tengo que olvidar, es la historia de un niño y un lobo:
“Hace mucho tiempo existía un niño que deambulaba por los bosques. Él estaba perdido y constantemente llamaba a sus padres entre lágrimas y gimoteos. Aparte de estar asustado por encontrarse extraviado, al niño le aterraba encontrarse con un gran lobo negro que lo seguía constantemente, cada vez que el niño se lo topaba salía corriendo asustado pensando que sería devorado. El lobo aullaba y gruñía, emitía ruidos que el niño no entendía. Esto duró un tiempo hasta que un día el niño lloró tan fuerte por estar perdido que se partió en dos. Dos niños había en ese bosque, uno que lloraba constantemente y otro que no emitía ni un solo ruido, no hablaba ni lloraba, ambos niños nunca se dirigieron la palabra hasta que un día el niño que no lloraba se fue del bosque, desapareció.
El lobo encontró al niño, pero esta vez el niño no corrió asustado, sólo lloraba aterrado. El lobo se acercó y habló, el niño lo entendió. El lobo no quería lastimarlo, mucho menos comérselo. El lobo sólo quería estar con el niño, el lobo también estaba perdido. Los años pasaron y el niño no dejó nunca de ser niño, el lobo lo cuido y hasta se volvieron amigos. Juntos, después de mucho pensarlo, abandonaron el bosque y caminaron más allá de las montañas y los ríos, llegaron al mar y se perdieron en el desierto.
El bosque se volvió silencioso, ya no había llantos ni aullidos. Pero si se ponía suficiente atención se escuchaban unos pasos, era un hombre. Qué extrañado buscaba lo que ya no se encontraba en ese lugar, un niño y un lobo. Vio entonces huellas en la nieve, unas pequeñas al lado de otras mucho más grandes. El hombre entonces comenzó a caminar siguiendo esas huellas que tenían como dirección más allá de las montañas.”
Hay cosas, historias que no tenemos que olvidar. Porque no es que el tiempo sea clemente ni sabio por sanar, el tiempo borra poco a poco y sistemáticamente todo. La niebla puede confundirnos y si esta es lo suficientemente densa nos hará perdernos y rendirnos, olvidaremos lo que estuvimos buscando en un principio.
Las historias pueden ser esas velas encendidas en la niebla que nos guían, esa nostalgia que nos une y quizá así no estemos tan solos buscándonos a nosotros mismos.
2 comentarios en "El tiempo, las historias y un lobo"
No me había dado la oportunidad de leer algo de tu sitio web y me parece que este fue un buen comienzo, me gusto mucho el cuento y me gustaría recalcar lo que escribiste al último, me encanto.
“Las historias pueden ser esas velas encendidas en la niebla que nos guían, esa nostalgia que nos une y quizá así no estemos tan solos buscándonos a nosotros mismos.”
Muchas gracias 😀