El closet de la puerta corrediza…
Hay cosas que siempre lo acompañaran a uno, sea por elección o por otras circunstancias
Desde que yo era muy pequeño siempre tuve que compartir el cuarto con mi hermano, estuve así hasta los 11 años, inclusive llegamos a tener una litera, yo tenía la cama de arriba obviamente. Cuando mi padre libero uno de los cuartos extras que teníamos en la casa de todas sus cosas (libros, libreros, cuadros y otras cosas que no me interesaban en ese entonces) pudimos tener cada quien un cuarto por separado. Yo tome el nuevo cuarto, el cual tenía un enorme closet con unas puertas corredizas, estas puertas ya estaban algo viejas y se trababan un poco al querer abrirlas, aun así se me pareció un inconveniente sin importancia, estaba emocionado por tener un cuarto para mí solo.
La primera noche me la pase viendo televisión en los canales que deseaba, puesto que ya no estaba mi hermano para pedirme que la apagara o para que cambiara el canal a algo de su preferencia. Pasaron las 12 de la noche y yo seguía despierto, viendo películas y caricaturas, cuando me gire un poco para tomar el vaso de agua que tenía en el buro de a un lado, pude ver que el closet no estaba bien cerrado, se encontraba un poco abierto y se alcanzaban a ver unos pantalones colgados junto con unas camisas, no le di importancia y me dije que luego tendría que pedirle ayuda a mi padre para arreglar esas puertas corredizas, no fue sino hasta que baje un poco la mirada que vi algo extraño, era una sombra pequeña, como la de un niño. Al principio me espante de sobremanera, tanto que casi tiro toda el agua en la alfombra, mi atención ya no estaba en las caricaturas ni en las películas que proyectaba la caja luminosa, estaba en esa figura infantil que me observaba, atenta y curiosa dentro del closet de mi cuarto.
Era yo un niño y víctima del miedo no hice nada, no podía moverme, es mas, sentía que la respiración se me detenía por segundos. Lo único que hice fue darme la vuelta en mi propia cama y dejar la televisión prendida toda la noche, en algún punto de la madrugada pude cerrar los ojos y dormir. A la mañana siguiente mi madre abrió la puerta de mi cuarto y, entre reclamos de porque seguía dormido si ya se me hacia tarde para la escuela, no tuve más remedio que levantarme, poco a poco mi mente comenzaba a recordar lo que había visto hace algunas horas, en especial, cuando mi madre abrió a regañadientes la puerta del closet para sacar la ropa con la cual me iría ese día al colegio, el corazón se me detuvo por un segundo y el efecto pesado que todos tienen cuando acaban de despertar desapareció por completo. Mi madre hurgo entre mi ropa, pero no dijo nada, por la sencilla razón de que en ese closet no había nada, ni una sombra, mucho menos un niño
Los días pasaron y poco a poco fui olvidando el incidente, pero por seguridad seguía manteniendo la televisión prendida.
Después de un par de meses, en un día completamente nublado, tan nublado, que parecía que anochecía y era apenas el medio día, llegue empapado a mi cuarto de la escuela por la tremenda lluvia que caía, con una toalla comencé a secarme y, sin pensarlo, abrí el closet para sacar un cambio de ropa, puesto que la que traía estaba muy mojada, entonces lo vi claramente, estaba frente a mí, observándome, con esas dos oscuras cuencas negras donde debía haber ojos, pero solo había agujeros, su piel era otra historia, era una combinación de colores apagados que inundaban todo su cuerpo, en algunas partes era gris, pero al llegar a los pies y a las manos se tornaba un poco azul. El niño no tenia ropas, solo tenía un taparrabos, tenía un corte de pelo muy raro, que me recordaba a los indios en las películas de vaqueros, esas en donde solo tienen una línea de pelo en el centro de la cabeza, y en el resto del cráneo están completamente rapados.
Yo retrocedí espantado, dando gritos ahogados, me había quedado mudo del horror que sentía mi cuerpo, de la horrible impresión de ver semejante espanto encerrado en mi closet, pero lo que nunca voy a olvidar, son sus profundas cuencas negras que tenía en lugar de ojos, cuencas tan negras y tan vacías como un abismo. Con lo que me quedo de fuerza y de razón, salí corriendo de ese cuarto, y al llegar a donde se encontraba mi madre las lagrimas, los gritos y la histeria salieron instantáneamente.
Mis padres inspeccionaron el closet, pero no encontraron nada ese día, ni el siguiente tampoco, ni cuando se los pedía suplicando y lo volvían a revisar a regañadientes, nunca encontraron al niño, pero yo sabía que ahí estaba, observándome desde el closet, mientras dormía, mientras veía la televisión, mientras intentaba hacer mi tarea. Poco a poco evite lo mas que podia mi cuarto, pero era imposible hacerlo por las noches, no importaba cuanto les pedía a mis padres que me cambiaran a la habitación de mi hermano, hablaban de que “era tan solo una etapa”, “que ahí no había nada”. Noche tras noche cerraba muy bien ese closet con todo el esfuerzo que implicaba, junto con todas las lagrimas que derramaba. Durante años dormí temblando, el insomnio y el cansancio se volvieron mis amigos inseparables durante la noche y el día.
Hoy ya no duermo mas en ese cuarto, hoy ya no soy un niño, vivo en otra casa que no es la de mis padres. Mi nuevo cuarto tiene una gran ventana, también una televisión mas grande, los juguetes fueron remplazados por libros, pero lo más importante fue que me asegure de que este nuevo cuarto no tuviera closet, todo mi ropa la guardo en cajones, en lugar de eso hay un pequeño baño.
Hay cosas que no pertenecen a un lugar, seres que no se quedan atados a las paredes o a los techos de una casa, que no quedan impregnados a una pequeña muñeca o a un closet, porque desde el primer día que me mude a esta casa, todas las noches después de las 12, la puerta del baño se abre y una pequeña cabeza se asoma, con ese tono de piel, con ese mismo peinado, pero sobre todo, con esas horribles cuencas negras horribles que me observan desde el cuarto de baño, ese niño que sigue sin decir una sola palabra durante estos 15 años, que solo me mira, y yo, sigo cansado, yo sigo llorando todas las noches, yo sigo esperando, a que diga cualquier maldita palabra.