¡¿Por qué eres tan raro?!

¡¿Por qué eres tan raro?!

La luz del sol se colaba por las grandes ventanas del salón, era medio día. La maestra no se encontraba, creo que había ido al salón de profesores. A un par de bancas a mi derecha se encontraba la líder del grupo, vestía una camisa blanca, pantalón de mezclilla, usaba el pelo corto y era negro. Me observó durante un par de minutos antes de soltar la pregunta, me incomodó su sonrisa burlona.

—Roberto, a ver, cuéntanos a todos ¡¿Por qué eres tan raro?!

El estómago comenzó a dolerme, un frio me recorrió la espalda y sentí como el salón de clases se hacía cada vez más chico a mi alrededor, atrapándome.

Su amiga y brazo derecho, una chica alta de pelo castaño que siempre usaba un par de coletas en el cabello, se le encendieron los ojos y no dudó, ni un segundo, en respaldar a su amiga.

—Sí, sí, que nos diga, que nos diga, que nos diga. —gritaba mientras golpeaba con ritmo la butaca con ambas manos.

Había una tercera. Güera y pálida, que formaba parte de aquel trío de chicas. Ella por el contrario, no dijo nada, casi nunca decía nada, las acompañaba a todos lados, pero era la menos estridente, la más tranquila. Se limitó a observar.

Las tres chicas participaban activamente en las obras escolares de la escuela, ya fuera con obras preparadas por ellas mismas o las que organizaba el departamento de artes platicas. Eran populares por eso mismo, por actuar, pero para ese entonces a mí me daban pena ajena sus interpretaciones, eran muy exageradas, solo levantaban la voz y no había mucha esencia en los personajes que interpretaban.

Ya para este punto notaran que no tienen nombre, ninguna de las tres, no recuerdo una chingada sobre sus nombres. Pero sus rostros y actitud se mantienen en mi memoria.

La líder de cabello negro continuó:

—Todos sabemos que eres raro, Roberto. Pero nos intriga saber: ¿por qué? ¿Tienes problemas en tu casa? ¿Te gusta ser así?

Yo no podía ni hablar, estaba aterrado. Experimentaba un ataque de pánico, sentía que me iba a morir si hablaba o si me movía un milímetro de mi banca.

—Pero fíjate, eso me lleva a otra pregunta: ¿Has tenido novia? ¿Alguien tan raro cómo tú puede tener novia?

Ya para esto, el resto del grupo estaba atento a lo que ocurría. Un par de alumnos, se les unieron.

—Míralo, ¿tú crees que alguien cómo él pueda tener novia?

—Ándale Robert, dinos, dinos, dinos.

Odiaba que me dijeran Robert.

Las preguntas y burlas siguieron durante un rato, rato que seguí inmóvil, rato que lo sentí como un par de horas. Congelado en la misma posición desde que inició el interrogatorio sobre mi rareza. Hasta que pasó lo que tenía que pasar. La maestra volvió a clase, todos se callaron, el espectáculo terminaba. Pero mi corazón seguía acelerado, como si tratara de escapar a través de mi garganta para salir expulsado por mi boca.

La secundaría es un pozo séptico infernal. Aunque muchos de mis amigos insistan (tal cual como lo harían victimas con síndrome de Estocolmo) que fue una época muy significativa, la verdad es que no, yo estuve ahí y vi que también les fue mal. Mal con el bullying, mal con la escuela, mal con los cambios de la pubertad, mal en casi todo.

Para mí, la secundaría fue el principio de una etapa fuerte respecto a mi salud mental. Mi madre escandalizada por los comentarios de una maestra (que textualmente dijo: Su hijo está loco) me llevó durante semanas a un tour muy agresivo con psicólogos, psiquiatras, doctores, estudios, de todo. Porque no quería un hijo loco. Pero esa ya es una historia que he contado muchas veces.

Recuerdo a ese trío de teatro y trato de entender (inútilmente) qué era lo que encontraban de raro en mí. Era un chico retraído. Jugaba videojuegos, veía animaciones, jugaba rol, nada del otro mundo, sobre todo en estos días donde es algo muy común. Y aunque en ese tiempo, esas razones justificaba que te lanzaran piedras en la calle, yo no expresaba mis gustos, vaya, ese trio de amigas actrices no tenía idea de lo que yo hacía, solo veían a un chico callado en clase, tímido, nervioso y triste.

Durante muchos años esa frase: “eres raro” llegó a pesar, sobre todo por lo que vendría después en mi vida. Había cambios en la frase, porque la llegue a escuchar mucho, pero era lo mismo. Yo era distinto, ajeno, extraño y no en un sentido misterioso (como todos quisiéramos a esa edad) ese “raro” era soledad y una especialmente amarga para un chico de 14 años con problemas depresivos que luego sería diagnosticado.

Lo “raro” para ese trío, y para muchos otros, es un concepto muy básico de lo que deben o pueden ser las personas, del concepto que tenemos de normalidad. Pero de eso me daría cuenta con los años siguientes, de eso y muchas otras cosas, pero para eso hay letras de sobra en otros textos. Y a ese trio que amaba el teatro; les deseo mucho, desde el fondo de mi corazón, que se fueran mucho a la chingada, bueno, la güera no, ella no hizo nada y creo que me caía bien.

2 comentarios en "¡¿Por qué eres tan raro?!"

  1. Fue una época bastante compleja que dejo varias marcas, sobre por el pobre entendimiento de las enfermedades mentales y emocionales.

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