La mujer de la tercera casa

La mujer de la tercera casa

Bien, pues era este tipo que entraba a las casas abandonadas y dormía en ellas, sí un vago pues y creo que tenía unos 60 años, sí lo sé estaba viejo. Su nombre no lo recuerdo, es mas, les puedo garantizar que ni siquiera él lo recuerda. El punto es que él solía entrar a las casas abandonadas y dormir en ellas; llevaba haciéndolo durante años y sólo en un par de ocasiones tuvo problemas serios, ya saben, drogadictos, otros vagos, policías y esas cosas. Pero siempre lograba escapar, una vez le alcanzaron a cortar en un brazo, pero fuera de eso y un par de sustos, salía ileso.

Este tipo no le hacía daño a nadie, sí claro, se veía y olía como todo un vago, pero nunca robaba, pedía dinero y algo de comida, era decente entre los de su gremio.

Pero un día vio algo que lo obligó a beber por el resto de sus días, sí, ahora al tipo no lo puedes encontrar sin una botella en la mano y un estado lamentable. Pobre diablo. Pero no lo culpo.

En fin; todo ocurrió en una fría noche de octubre. El sujeto o vago, como le quieran llamar, caminó y caminó ese día. Lo hizo tanto y sin orientación alguna que terminó en una zona de la ciudad que él no conocía, estaba perdido…pero ¿Qué más le daba a un tipo cómo él estar perdido?

Pues ya anochecía y comenzó a explorar la zona, necesitaba un lugar donde pasar la noche y para su fortuna vio un fraccionamiento a lo lejos de pocas casas. Era uno abandonado, había una reja sí, pero sin guardia de seguridad, tenía una pequeña barda y mucha vegetación fuera de control. Decidió aventurarse y saltó la barda, vio que había muchas casas que ni siquiera estaban terminadas, una de aquellas sólo tenía las paredes terminadas. Pero había algunas que se veían completas. Eran suficiente para pasar la noche. Vio tres casas, se metió a la tercera, por su mente cruzó que sería la más segura, ya que los drogadictos siempre elegirían la primera o la segunda. En fin.

Entró a la casa con mucho cuidado, con mucha cautela midió sus pasos. Encontró lo usual, jeringas, mucha basura, grafitis y vegetación. La noche llegó y se dio cuenta de que esa precisa noche había luna llena, esto lo encontró cómo una bendición, podría moverse sin problemas por la casa iluminada por la luz de la luna. La casa tenía dos pisos, exploró el primero y sin sorpresas, había una mesa, la cocina había sido saqueada, solamente colgaban algunas puertas de las estanterías. Esa noche, sin embargo, pensó en ser osado y dormir en la planta de arriba, desde que llego no había escuchado ni un solo ruido, y es que, él sabía que a los indeseables que se había topado en el pasado les encantaba hacer ruido, hoy dormiría bien en el segundo piso, cómo si la casa fuera suya, tal cual propietario.

Se puso en marcha y encontró la escalera al segundo piso, estaba atento mirado hacia atrás constantemente, no fuera que lo sorprendieran, no fuera que él hubiera sido descuidado. Al momento de girar su cabeza para re direccionar su rumbo por la escalera algo golpeó su cara. Se llenó de terror, su primera impresión fue la de salir corriendo, pero después notó que algo no había sido proyectado contra él, él se topó con algo. Eran unos pies que colgaban, colgaban de un cuerpo y este colgaba del techo.

Miro el cuerpo incrédulo, sus piernas le fallaron, no le respondieron.

El tipo en cuestión se quedó ahí, sin moverse, sin cerrar la boca, sin poder desviar la vista de lo que tenía frente a él.

El cadáver descompuesto de una mujer pendía de una soga. Carecía de ojos, su cabello era blanco y escaso, sus dientes se asomaban cual risa de ultratumba por sus labios carcomidos por los insectos. Tenía un camisón descolorido y largo que la cubría hasta los pies. El sujeto quería gritar, quería largarse, quería volver en el tiempo y azotarse a sí mismo por tan siquiera considerar entrar en ese fraccionamiento; en todos sus años de vagar y explorar jamás había encontrado algo similar. La casa retumbaba ante él, la luna gritaba y esos malditos dientes parecían dedicarle la más siniestra de las sonrisas.

Sus piernas por fin respondieron, pero de manera torpe, cayó por las escaleras, se dio unos golpes, nada serio. Fue a dar al suelo y para su fortuna su espantoso hallazgo desapareció de su vista. Recuperó sus pensamientos, pero su respiración seguía agitada. Todo su ser le gritaba, le imploraba que saliera de esa maldita casa, y así lo hizo. No tardó ni un minuto cuando se sorprendió a si mismo escalando el mismo muro por el cual había entrado a ese fraccionamiento. La calma le regresó por un breve instante y pensó en lo que había visto, respiró y la gran luna que se asomaba curiosa en el cielo lo calmó.

Algo repentino y sorpresivo lo invadió: culpa y lastima.

Sintió mucha pena por aquella mujer, por aquel espectro colgando solitario en esa casa. Era probable que fuera el único que la hubiera descubierto, vaya ¿pues qué clase de ser humano podría encontrar algo así y no hacer algo al respecto?

Bajó la barda y caminó hacia la casa, el miedo lo había abandonado, ya no encontraba terror en aquel cadáver, ahora podría hacer algo por alguien, ahora podría ser alguien más que un vago y ayudar a una persona, aunque fuera en la muerte. Mientras estos pensamientos lo asaltaban entro a la casa, vio la misma escalera por la cual antes se había tropezado y subió por ella.

Entonces vio al cadáver por segunda ocasión y una tristeza aún más profunda lo invadió. Triste y sola, abandonada a su suerte en esta vieja casa, colgada y movida por el viento, así se encontraba aquella mujer de la sonrisa espectral.

Nuestro amigo no dudó entonces, con mucha determinación y cuidado bajó a aquella mujer putrefacta de su prisión. La postro en el suelo con los mismos cuidados que se le tienen a un enfermo, quito la cuerda de su cuello que dejó una profunda marca en su podrida carne.

Exploró un poco más la casa y dio con un patio trasero, modesto y pequeño, cual suele tener ese tipo de viviendas. Dio un gran suspiro y se cuestionó todo aquello mientras la luna, juguetona, lo juzgaba. Regresó al interior de la casa, contempló el cadáver de aquella mujer y la tristeza lo golpeó de nuevo.

«Nadie debe de morir sin ser sepultado» pensaba «nadie debe morir mientras una soga aprieta su cuello, nadie debería de morir así de solo» afirmaba.

Encontró periódico entre la basura del lugar, había mucho. No le sorprendía, era bueno para el fuego y para cubrir el cuerpo del pesado frío, alguien más debió de dejarlo ahí, quizá otros como él. Envolvió como pudo a aquella mujer y se la llevó hacia el patio trasero, la dejó ahí y volvió a la casa. Buscó y buscó, pero no tardó. Arrancó algunas tablas sueltas de la cocina, suficiente para hacer una pala improvisada.

Regresó al jardín y se armó de determinación al ver de nueva cuenta a aquel cuerpo que ahora era cubierto por las noticias de hace siete meses atrás.

Cavó y cavó. Cavó durante horas un improvisado agujero, una excusa de tumba.

«Será mientras dan con ella» se decía «es sólo temporal» rezaba.

Las horas pasaron y la luna contempló, el viento sopló y dio pequeñas risotadas infantiles que se perdían en la noche.

La cargó y cuidadosamente la depositó en aquella improvisada tumba, le arrojó la tierra y de pronto la sonrisa siniestra de aquella mujer se le borró de la mente. Se sentía bien, había hecho algo bueno, en toda su vida jamás había hecho algo desinteresado por alguien. Se le infló el pecho y se alegró de que la luna viera y fuera testigo de semejante acto desinteresado. Con la misma madera con la cual cavó y un par más, armo una pequeña cruz que no dudó en clavar en la tierra.

«Con eso la encontraran, seguro que sí» se decía a si mismo mientras entraba de nuevo a la casa y encontraba un rincón para dormir. El agotamiento llegó y lo fulminó, durmió en una pequeña esquina de la planta baja, sus deseos de dormir en alguna de las habitaciones de arriba se habían aplacado.

La noche fue inquieta en sus sueños, se movía constantemente, sentía que algo lo asechaba. Soñó con otras casas, sí, con otros tiempos. Pero el sentimiento de aprensión no lo abandonaba, no lo dejaba. El sol salió y golpeo su cara. Se despertó de mala gana, recordó donde estaba, pero sus ánimos regresaron cuando recordó su noble acción de ayer. Pensaba que aquella mujer ahora descansaba y eso lo hacía sentirse bien, honesto, bueno. Recogió las pocas cosas que tenía, era hora de marcharse, ya que, si una regla el poseía, era la de largarse con el primer rayo de sol, una vez que la noche y la oscuridad dejaban de bendecir sus visitar nocturnas era mejor no correr riesgos innecesarios. Pero antes de marcharse tenía que hacer algo, tenía que despedirse. Caminó entonces hacia el patio trasero, camino hacia la tumba que él había hecho.

Las piernas nuevamente lo traicionaron, su inflado pecho se contrajo y su respiración se aceleró, sus ojos no daban crédito. La tumba estaba abierta, la cruz caída.

Giro su cabeza como pudo, lenta y dolorosamente, tenía todos los músculos tensos. Entonces vio un pequeño trazo de tierra, un pequeño camino que se dirigía hacia la escalera. Pensó lo peor, pensó en gente desagradable, en tipos tan drogados que habían sacado a aquella pobre mujer de aquella tumba. Y sí lo habían hecho todavía seguían en aquella casa. Tenía que correr, tenía que irse y eso mismo hizo. Se dirigió hacia la salida, pero antes pasó por aquella escalera, cada paso que daba estaba bien cuidado, bien ejecutado con tal de no hacer ruido, poniendo especial atención en lo que pisaba. Subió un par de escalones, con tal de enterarse si aquellos profanadores seguían en aquella casa, pero no escuchó nada. Subió un par de escalones más y giró su cabeza.

Sus manos se fueron de inmediato a cubrir su boca, a reprimir ese grito que clamaba por retumbar y llenar aquella casa. Casi se vuelve loco de lo que vio, casi pierde la razón al contemplar de nueva cuenta los pies suspendidos en el aire de aquella mujer, esos pies marchitos y grises, putrefactos que asomaban en sus puntas no dedos sino huesos.

Abandonó aquella casa, sí, corrió lo que nunca había corrido en su vida. Dejó aquella casa, la tercera de aquel fraccionamiento, nunca volvió a pisar una casa ajena en toda su vida. Sí, sigue pidiendo dinero, sigue pidiendo ayuda y cuando suelo verlo no dudo en darle alguna moneda al pobre diablo, sé que lo gasta todo en alcohol y no lo culpo, yo haría lo mismo.

 

 

Ilustración por Angello Dallen Contacto: angelodallen@gmail.com

 

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