Una tumba y un gato que observa

Una tumba y un gato que observa

El otro día escribí este cuento, pero creo que este es el lugar correcto para que se quede.

 

La lluvia no dejaba de caer, era implacable y parecía como si castigara aquellas dos figuras en medio de aquel viejo cementerio.

Un gato negro se había colocado encima de la tumba, no le importaba la fría lluvia. Sus amarillos ojos se clavaron en aquel par de hombres desde que empezaron a cavar, los tenía muy nerviosos. Ambos se preguntaban: ¿por qué el animal no se largaba?

Incluso uno de ellos intentó ahuyentarlo con la pala, pero fue inútil, el animal regresó en cuestión de segundos a su lugar, encima de aquella vieja tumba. El único testigo de lo que esos dos hombres hacían esa noche.

Cavaron y cavaron, a pesar de la lluvia, a pesar del gato negro y sus ojos amarillos. Cavaron y cavaron, a pesar de la noche, a pesar de que ellos sabían que cavaban la tumba de un hombre que en vida fue bueno. Ambos lo conocieron, ambos sabían que se trataba de un hombre rico.

“De seguro el traje con el cual lo sepultaron valdrá lo suficiente para pagar prostitutas y vino durante un par de días” es lo que pensaba uno.

“Joyas, lo debieron enterrar con alguna joya, sí, estoy seguro. Esta gente rica es absurda hasta con sus muertos” pensaba el otro.

El gato no se movía, tampoco la lluvia cesaba. Tocaron fondo, el ataúd estaba frente a ellos.

Uno de los hombres entró al agujero, el otro esperaba ansioso sosteniendo las dos palas, las herramientas de aquel crimen.

El que estaba abajo forcejeó un poco con el ataúd, este se notaba de buena calidad, pero estaba muy bien cerrado. El que estaba fuera del agujero comenzó a gritarle que se apurara, que no tenían tiempo que perder.

El ataúd cedió y se abrió. No había nada, no había cadáver, no había traje, no había joyas. Sólo oscuridad. Entonces el gato maulló y atrajo los truenos. El sujeto que abrió el ataúd notó algo en la oscuridad del sepulcro, algo que se movía e iba rápidamente por él, emitió un grito que silenció a la tormenta que los acosaba, el hombre fue jalado a la oscuridad de ese ataúd. El otro se llenó de horror y se mordió tan fuerte los dientes, que las encías comenzaron a sangrarle. Corrió, corrió lejos del gato, corrió lejos de las tumbas, lejos de los muertos, lejos de aquella oscuridad liberada de ese ataúd.

Sus ojos se iluminaron cuando estuvo a punto de llegar a la salida de aquel cementerio, sería libre, podría escapar, viviría por siempre aterrado de la oscuridad, pero viviría. O eso es lo que él pensaba.

Algo lo tomó de las piernas y tiró de él, algo con las manos heladas lo arrastró de vuelta a través del cementerio, algo lo regresaba al lugar de su crimen. El hombre chillaba y gritaba, el cielo se reía de él con sus estruendos y apagaba sus gritos.

La oscuridad lo atrapó junto con su compañero, los encerró a ambos dentro de ese ataúd, ese mismo ataúd que se cerró para siempre después de que aquel hombre emitiera su último grito pidiendo misericordia.

El gato encima de la tumba contemplo y fue testigo, luego se marchó junto con la lluvia.

Nadie volvió a ver a ese par de hombres, pero si vieron a un gato rondar por aquella tumba que encontraron abierta a la mañana siguiente. Nadie pudo abrir el ataúd, estaba completamente sellado.

El gato negro de ojos amarillos volvió a maullar y fue todo.

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