
Dioses de la guerra
Ser.
¿Cómo debo de comportarme?
¿Cómo debo de pensar?
¿Qué debo de hacer?
¿Cuál es mi lugar?
¿Qué no soy?
¿Qué soy?
Deconstrucción es una palabra que puede llegar a generar dolores de cabeza, girar los ojos hasta la nuca, provocar rechazo y hasta nausea. Por lo general en hombres de arriba de los 30 años, pero la edad puede variar.
Hoy muchas cosas están en crisis (la crisis perpetua en la sociedades): Las ideas, las ideologías políticas, religiones, el ser, la atención, identidades y el sobre exceso de identidades y la lista puede seguir, pero me gustaría llegar a un punto en específico. Una de esas tantas cosas que se encuentra en crisis es la masculinidad o la idea de masculinidad. Por eso palabra deconstrucción puede, para algunos, sentirse como una alfiler en la garganta.
Me parece que no se exagera cuando decimos que hay crisis en los hombres, específicamente sobre el “ser”. De ahí que hay proliferado muchos “coach” de la masculinidad, porque en el capitalismo, una crisis (cualquiera) es una oportunidad de negocio. Entonces, falta recurrir a uno de estos entrenadores de la masculinidad, para te saque de la crisis y te diga quién eres.
Dios de la guerra.
Escuché por ahí que la nueva saga de God of War, era precisamente, una deconstrucción de la masculinidad de Kratos, me llamó la atención o más bien fue morbo en un inicio. Algunos les molestaba la idea de un Kratos menos enojado, más comprensivo y que se sometiera al tan “desafortunado” cambio en su personalidad.
Nunca le entré tanto a los juegos anteriores de God of war, los primeros. Jugué un poco uno, no recuerdo cual, creo que fue el 3. Y para ese tiempo, esa época en particular de los videojuegos era un Kratos que funcionaba bien, enojado, vengativo, unidimensional; había sangre, desnudos, gore y dioses siendo mutilados y torturados. Violencia estilizada. Pero los juegos en sí marcaron un antes y un después en el género hack and slash, controlar a Kratos se sentía muy bien, los combos eran muy variados, lo niveles bien diseñados y los acertijos adictivos. Los God Of War clásicos inspiraron a una generación de juegos que estaban por venir. Pero regresando al personaje y su historia, ahora Kratos (en los nuevos juegos) tiene un hijo llamado Atreus y busca una nueva vida entre tierras Vikingas, se le ve viejo y consumido por su pasado, pero atrapado por el ciclo de violencia que parece seguirlo a donde vaya.
Entonces yo, decidido y con un PlayStation 4 nuevo le entré a God of War e inevitablemente me partió el corazón, porque no pude evitar (como muchos) ver a mi padre ahí, verme ahí, en la relación padre e hijo que muestra el juego. Luego le siguió Ragnarok, la secuela, ahora con un Atreus adolescente y rebelde, buscando su destino y a un Kratos incapaz de entenderlo, forzando a su hijo a seguir un camino y como consecuencia se forma una brecha física y emocional entre los dos que se explora muy bien dentro del juego.
Entendí mejor la deconstrucción de Kratos al final de Ragnarok como personaje, está bien llevada, se toma su tiempo. Kratos se le dificulta mucho cambiar; porque no sabe cómo hacerlo, solo conoce la violencia, pero entiende que tiene que ser mejor que eso, mejor que su pasado. Y en esa misma deconstrucción de un personaje ficticio; me volcó a pensar en mí, en mis amigos, en los padres de mis amigos, y por supuesto, en mi padre de nuevo.
En nuestras masculinidades, entre lo que somos, queremos ser y no debemos ser, tan sonada deconstrucción masculina.
Dioses de la guerra.
Recuerdo lo complicado que era para mi padre sentirse y verse vulnerable, era como si lo detestara, y fueron contadas las veces que se permitió estar así frente a mí y mi hermano. También, no se daba el lujo de estar equivocado, llevaba una mala decisión hasta el final con todo y sus consecuencias; creo que solo un par de veces en toda mi vida lo escuché decir “perdón”. Historias similares se repiten entres mis amigos, padres atrapados por una idea de lo que tenían que ser y se aferraban a esa idea, sin permitirse cambiar o ver a otro lado e ir hacía otra dirección, el silencio gobernaba adornado con un “y te aguantas porque así es esto” acompañado de un buen golpe para que amarrara la idea. En muchos casos hicieron los mejor que pudieron con las carencias emocionales (y económicas que tuvieron) pero no puedo evitar pensar en lo enjaulados que se llegaron a sentir respecto a la idea que tuvieron (y tuvimos) que llevar sobre “ser” hombre.
Profecías, destino y cambio.
Hay una parte en el juego de Ragnarok que me parece muy interesante. Hay una profecía, de hecho, son varias, el hijo de Kratos, Atreus se obsesiona con estás profecías, piensa que estás mismas son el camino que tiene que seguir para encontrarse, para tener un lugar en el mundo y abrazar su propio destino. Pero esa misma profecía puede ser el final para su padre. Aterrado, Atreus trata de encontrar la forma de engañar al destino; Kratos en cambio lo acepta, como castigo por todo el daño que ha hecho en su vida, por el camino de venganza que tomó hace tantos años y afectó a tantos. Kratos trata de ser buen padre, de no cometer los mismos errores que cometió en el pasado, de escuchar, de ser paciente, pero falla, y verlo fallar lo vuelve muy humano, porque no deja de intentarlo. Quiere cambiar. Y es ahí cuando el juego presenta una idea que me gusta mucho; la idea del Destino, pero de forma más aterrizada es de que no podemos cambiar quienes somos, por eso mismo estamos condenados a nuestro Destino a repetirnos siempre, seguir con nuestros patrones, sin poder romperlos.
Las cadenas que nos sujetan son muy firmes y pesadas, cadenas viejas, heredadas quizá, por generaciones antes de nosotros, reforzadas por nuestra poca capacidad para cambiar, para elegir algo diferente, para enfrentar el conflicto que siempre estuvo dentro de nosotros.
Kratos, sin volverse un personaje completamente distinto al que era, cambia, se deconstruye.
Cambia su destino porque él cambia.
Esa idea es maravillosa.
Cambiar puede ser una de las cosas más complicadas que nos toque decidir y lo más probable es que en muchos casos decidamos esquivar esa decisión.
¿Y qué no es, sino parte de vivir, cambiar? Construirse, deconstruirse, una y otra vez, constantemente, para escapar de ese destino que nosotros mismos incrustamos por medio de patrones en nuestra cabeza. Pero ese destino es solo una idea, de muchas, de nosotros mismos.
Esta crisis masculina va a estar aquí un buen tiempo, a todo gran cambio existe una resistencia, y está ya comienza a verse y notarse cada vez más. El pensamiento conservador incrustada en generaciones nuevas, derechos que antes eran incuestionables ahora se cuestionan, el sistema se aferra fuerte cuando se le quiere modificar.
La fragilidad del “ser” hombre está siendo cuestionada y replanteada, quizá con eso se pueda sanar tanto daño provocado por viejas ideas y costumbres. Pero como mencioné, la resistencia se nota y se siente, se le alimenta para reforzarla, con fragilidad, miedo e inseguridad. Porque esos tres elementos son esenciales para la violencia, y con la violencia se vuelve a retomar el del control de lo que se piensa se ha perdido.
Pero cambiar, cambiarnos, deconstruirnos, cambiar nuestro destino, quitarnos de encima tanto dolor generacional, me parece una idea muy hermosa y que vale la pena explorar.
2 comentarios en "Dioses de la guerra"
Hace años, muchos años, cuando podía contar mi edad con una mano y unos cuantos dedos más, yo era un niño que lloraba. ¿Me caía y me raspaba la rodilla? Lloraba, ¿Se me rompía un juguete? También, pero un día aprendí que no estaba bien que llorara, y ya no lloré.
¿Que si una película era tristísima? ¿Que si un libro era trágico? Ni una gota, ¿Que si corté con mi pareja?, solo un par de lágrimas, más es debilidad.
No es divertido cargar con esos fantasmas que te dice que y como debes ser, que te obligan a autoentumirte por que es “lo correcto”, pero se pueden espantar, me consta.
Es necesario cambiar, pero duele, y muchas veces preferimos aguantar el dolor de seguir igual que el dolor de cambiar, aunque solo uno de ellos acabe.