La campana y el martillo.
Escucho la campana siendo golpeada por el martillo y no ocurre nada.
El cielo parece distante, no lo alcanzo. El cuervo me observa desde la rama de un árbol, pero no grazna, me inquieta. Alzo mi mano y se vuelve traslúcida, el cielo y sus nubes se alejan.
Recuerdo la espuma del mar, quiero volver y encontrarme con las gotas de una lluvia olvidada que desaparece en el océano, pero los muertos no me dejan. Los muertos que fueron hermanos y amigos, entrelazados por momentos, interconectados por espectros de niños que prefirieron malgastarse en risas y juegos.
La campana vuelve a ser golpeada por el martillo y la boca me sabe a tierra, el cuervo grazna, me pesa todo. Tengo que moverme, la campana está por sonar de nuevo, pero la tierra que me cubre es muy pesada, densa.
Estoy agotado.
Del cuervo, del martillo que golpea, del tiempo y su campana. El ruido se transformó en niebla y no puedo escucharme gritar.
La campana está siendo golpeada por el martillo. Lo recuerdo, esto ya ocurrió y volverá a ocurrir. Estoy aterrado.