Tormentas
Puede parecer extraño, pero ahora, cuando estábamos sumidos en las fauces del abismo, me sentí más tranquilo que cuando veníamos acercándonos a él. Decidido a no abrigar ya ninguna esperanza, me libré de una buena parte del terror que al principio me había privado de mis fuerzas. Creo que fue la desesperación lo que templó mis nervios.
Descenso al Maelström de Edgar Allan Poe.
Siempre me han gustado las tormentas desde que era un niño. Una vez había una muy fuerte; rayos constantes, mucho viento y mucho estruendo en el cielo, una buena y gran tormenta. Me encontraba en la sala, en esa sala pasaba mucho tiempo, ahí estaban mis consolas de juegos y una gran televisión, también tenía una gran ventana que cubría toda la pared. Al ver la tormenta me subí al sillón y puse mis manos y mi cara pegadas al vidrio de la ventana. Estaba fascinado con la tormenta, la tormenta respondió a mi fascinación con un gran rayo que lo iluminó todo, a este rayo lo acompañó un gran estruendo que me tiró lejos de la ventana y del sillón, fui a parar al suelo asustado y temblando. Al día de hoy no sé si fue la impresión del rayo lo que me empujó lejos y con gran fuerza, o si en cambio fue la fuerza del rayo que cayó junto con el estruendo que retumbaron la ventana lo que me dejó en el suelo. Tenía cinco años en ese entonces.
También, cuando tenía cinco años mi padre comenzó a hablar de las tormentas y de las “otras” tormentas:
—Se viene una tormenta chacho —así me llamaba mi padre de niño— pero no de las tormentas que arrojan rayos, lluvia, viento y estruendos, hablo de los problemas. En la vida hay muchas tormentas, unas más fuertes y terribles que otras. Se me viene una tormenta muy fuerte, que quizá nos afecte a todos nosotros.
Yo no sabía en ese entonces que mi padre tenía problemas en su negocio, ignoraba completamente el concepto adulto de “problema” como cualquier niño. No lo entendía y estaba demasiado ocupado con mis juegos como para querer entenderlo. Pero si me di cuenta de algo, mi padre hablaba cada vez más de las tormentas y no de las que me gustaban. Más problemas y con cada plática acerca de las tormentas lo notaba más cansado, más irritado y más wiski servía a su vaso cuando llegaba del trabajo.
Hablaba de más tormentas que se venían al horizonte, más fuertes y más implacables, hablaba de ellas inclusive cuando el día era claro y soleado, cuando las nubes no se asomaban.
Cuando una tormenta azotaba la casa (de las que traen lluvia y estruendos) a mi padre le gustaba contemplarlas. Tomaba su vaso de wiski y abría la puerta principal de la casa, se recargaba en el marco de la puerta y contemplaba.
Al acercarme junto a él me decía:
—Qué bonito ¿no te parece chacho? —yo movía la cabeza afirmativamente, incapaz de mencionar palabra alguna— a las tormentas se les ve de frente, siempre de frente, no importa que tan grandes y estruendosas sean.
La casa de mis padres era muy sensible a las tormentas, el jardín se inundaba siempre; una ocasión un árbol grande, frondoso y viejo que estaba en la banqueta no pudo con una tormenta, se doblegó y cayó rendido en nuestra barda de piedra destrozándola. Nos quedamos sin luz y barda durante 5 días. Durante 5 días seguidos cenaba pizza, era la manera de mi padre de hacernos amena la semana sin luz a sus dos hijos adictos a la televisión y a los videojuegos. A mi padre nunca le gusto la pizza.
Cuando las tormentas caían por las noches, el caos se desataba. La cochera tenía una gran rampa y una pequeña e inservible coladera, cuando caía una tormenta la cochera se transformaba en una alberca de metro y medio. Entonces había que sacar los autos en medio de aquella inundación, mi padre nos levantaba frenético para ayudarle a mover los autos en la madrugada, adormilados y nerviosos enfrentábamos a la tormenta y salvábamos los autos. Ni uno, en todos esos años, se descompuso a causa de una tormenta. Fueron noches muy agitadas.
Pasaban los años y mi padre dejaba poco a poco de hablar, ya no platicaba, el silencio lo comenzó a gobernar, pero el vaso de wiski nunca lo abandonó. Mi madre entonces nos decía: “tu padre tiene muchos problemas, es mejor no molestarlo”.
Sabía que mi padre se encontraba nuevamente en medio de una tormenta, sus ojos reflejaban incertidumbre, miedo y en ocasiones terror, como el capitán de un barco que sabe que todo está perdido y había decidido hundirse con todo y embarcación.
Pasaron los años y yo estaba estrenando novia. En una ocasión salí de mi casa y observé que el cielo estaba muy nublado y se escuchaban estruendos, era julio época de tormentas. Salí a comprar una rosa y llevársela a mi novia (teníamos no más de 5 meses juntos y es un detalle obligado a los iniciados en las nuevas relaciones). Al adquirir dicha rosa la tormenta se vino encima, sin misericordia, acompañada de pequeñas piedras de hielo. Corrí, creo, como nunca en mi vida hacia la casa de mi novia (que para mi suerte vivía muy cerca de la mía) las calles se inundaron rápidamente, el viento sopló con mucha fuerza, protegí a toda costa la rosa durante mi trayecto. Llegué convertido en un estropajo humano a la casa de la susodicha y automáticamente fui proclamado héroe al momento de entregar la rosa y mostrar mi empapado estado. Enfrenté a la tormenta, de frente, era grande, sí, estruendosa y muy grande.
Pero en otras ocasiones no ocurrió lo mismo, la tormenta me daba pánico. Su estruendo me paralizaba e imaginaba el peor de los horrores si me quedaba atrapado en ella. La evitaba, me retiraba, huía de la tormenta, no la enfrentaba, era grande, sí, estruendosa y muy grande. En esas ocasiones también era gobernado por el silencio, evitaba a mi padre y él me evitaba a mí, nuestros silencios y nuestras tormentas nos alejaron.
Los años pasaron y las tormentas siguieron, unas más fuertes y terribles y otras no tanto. Pero nunca cesaron.
Mi padre continúa hablando de las tormentas aún en los días en los que el cielo está despejado; durante todos estos años para él no han cesado, tampoco el afán de mi padre de contemplarlas, tampoco el mío. Pero me pregunto hoy en día si mi padre cuando ve al cielo a lo lejos, lo único que puede contemplar ya, son sólo tormentas.
Yo hoy no veo tantas tormentas a lo lejos, por lo menos no ahora, el cielo está con algunas nubes, pero se alcanza a ver el sol.