El hombre que esperaba en la tromenta
La tormenta era hueca, tanto el valle como las montañas no gritaban junto con ella, la ignoraban tal y como si no existiera, tal y como se ignora a un niño a mitad de una rabieta.
Las gotas caían con todo el peso de un fantasma cobarde que se esconde en un ropero, detrás de la ropa con aroma a viejo.
El cielo se iluminaba, una y otra vez, una y otra vez los rayos rasgaban la noche llamando a las estrellas; invocando su fervor pero la luna codiciosa y amargada, les pedía a sus hijas que ignoraran tanta patraña y faramalla.
El se encontraba ahí, en medio de la oscuridad, en medio del desgarro, bañado hasta los malditos huesos pero no por eso bautizado.
Un hombre que es y no fue, que perdió la guerra de los mil años en días. Donde el desierto le negó su bendición, donde el sol lo acuso con cargos de herejía y las brujas bailaron en noches de otoño, cubriéndolo de blasfemias con sabor a aceite y sangre.
El hombre camino para recordar, camino y se perdió, el camino se apiado de él, trato de orientarlo, pero el camino es torpe y se confunde, confunde a los viajeros, hace que los enemigos se encuentren y que amantes se alejen, pero el camino justifico su propia torpeza con palabras que sonaban a sabiduría y justicia poética, pero nada más que simples pamplinas.
El hombre espera en la tormenta hueca, espera por una guerra que ya fue peleada, una guerra que sabe a pólvora y se baila con mascaras, que retumba para alcanzar la tormenta, que grita para provocar a la luna, que arremete para abrir la tierra, una guerra en la cual los muertos cantan canciones de cuna.