Thanatos y Cronos.

Thanatos y Cronos.

Algo se alojó dentro de mí, allá por el 2018. Es escurridizo, se escapa cuando creo encontrarlo, cambia de forma y lo confundo con otra cosa, le sigo el rastro una y otra vez, pero siempre lo pierdo, tanto, que llego a pensar que se fue para siempre, pero vuelve, siempre vuelve. No sé qué es. Pero creo saber quiénes lo pusieron ahí.

A principios de ese año Miguel murió. Fue el cáncer, conocí a Miguel en la universidad, durante la carrera. Miguel era capaz de inundar con su risa un salón, una sala o una fiesta, siempre me retaba en Halo, le gustaba mucho hacerlo, nunca me ganó. Era nuestro pequeño ritual, el reto y la promesa, el duelo y la derrota, hay fotos, son graciosas. Me dijo que cuando lo diagnosticaron con cáncer, dejó de escuchar la voz del doctor dándole la noticia y el consultorio se volvió pequeño conforme el tipo con la bata y el estetoscopio seguía moviendo los labios, escuchó su propia respiración agitada y un fuerte pero agudo sonido que le penetraba la cabeza. Tratamientos, quimios, psicólogos, terapeutas, visitas, promesas, recuerdos, risas, llamadas, los meses pasaron y Miguel se veía más débil.

Nos notificaron que lo habían desahuciado; él quiso probar otros tratamientos, quiso dar batalla. Quedamos en vernos, volver a jugar Halo, me mandó un audio para ponernos de acuerdo, fue la última vez que escuché su voz.

Los meses pasaron y se volvieron agua que se escapa entre las manos. Mi padre sufrió un paro cerebral, perdió durante meses la movilidad, pero nunca recuperó el habla por completo. Se le olvidaban las palabras, no podía pronunciar otras. Mi padre amaba las palabras, sobre todo las escritas. Su mente nunca volvió a ser la misma, su carácter empeoró —ya era de carácter pesado—, había que cuidarlo y el odiaba con todo su corazón que lo cuidaran. Siempre solo e independiente, de la noche a la mañana se volvió algo detestable para el mismo y no dudó en arrojar toda esa frustración, tristeza y rabia contra los que lo cuidamos.

Los meses pasaron y se volvieron aire helado estrujando los pulmones. Fernando perdió a su padre, paro respiratorio. Comenzó con un dolor en el pecho, lo llevaron a un hospital, era domingo en la mañana, recuerdo que me dijo, muy enojado, que ese día había vía recreactiva en la ciudad y aparte un maratón. Calles cerradas por todos lados. Se tardó en llegar al hospital, mentó madres a gente que no conocía. El velorio fue en el mismo lugar donde despedimos a Miguel, Fernando no había comido nada ese día, le compré unos tacos y se los llevé a la funeraria. Al día siguiente fue la misa, lo recuerdo cargando el féretro, dando las gracias mientras la iglesia se llenaba de aplausos. Nunca había visto sus ojos tan negros y oscuros. Llevaba más de 24 horas recibiendo abrazos, pésames y dando las gracias, escuchando las mismas historias de gente que tenía años sin ver. Fernando siempre ha sido mucho mejor que yo para tratar a la gente, para ser persona con las personas, para saber que decir, para saber qué no decir, para llegar a acuerdos, es paciente. Pero ese día no solo estaba harto y lleno de tristeza, estaba encabronado. Pero como siempre, fue mejor que su enojo y su dolor. Hizo lo que tenía que hacer, estuvo para todos los que lo necesitaron, como siempre. Creo que desde ese día su cabello se comenzó a llenar de canas. Me gusta pensar que encontró el lugar, el momento, para romperlo todo.

Los meses se volvieron fuego en forma de espirales, llegó otro año. La sobrina de Pablo enfermó. Una enfermedad rara, especialistas la atendieron y al parecer empeoraron las cosas. A ella la conocí siendo una niña, ella jugaba con su hermano mientras nosotros hacíamos los trabajos de la universidad en casa de Pablo, ahí estaba siempre. Jugando, riendo, corriendo hacia su tío Tutti (Pablo) para que le pusiera algún juego o le sirviera la comida. Pasaron semanas y volví a terminar otra vez en ese pinche lugar, la misma funeraria, donde despedimos a Miguel y al padre de Fernando. Recuerdo a sus compañeros de la prepa, se pusieron a cantar frente al féretro, echaron porras, le desearon buen viaje entre canciones. Fue hermoso y terrible. Todo lo que sucedía en ese lugar estaba mal, ellos no deberían estar ahí cantándole a su amiga, ella no debió de estar ahí, encerrada en un ataúd.

Los meses se volvieron espinas atascadas en la garganta, llegaron deudas que mi padre tenía por todos lados, él ya no podía ocultaras ni ignorarlas por su enfermedad. Mi hermano y yo no dábamos crédito a la cantidad de dinero que debía, a todo lo que había descuidado. Los hijos ahí estaban, recibirían amenazas de muerte, malos tratos y avisos de embargo. Pero tenía que atenderse, era su responsabilidad ¿o no?

“A la chingada con la responsabilidad” me decía muchas veces a mí mismo “ni siquiera son mis problemas” pero ahí me quedé, me quedé con esos problemas y los abracé.

Llegó una pandemia. Pero Thanatos y Cronos ya habían hecho lo suyo; liberaron algo, lo dejaron libre para correr, para escarbar, para destrozar, para rasgar, para comer y nunca saciarse. Tenía ataques antes de dormir que me agotaban, dormía con un sueño pesado, pero al despertar todo se reiniciaba. Pensar en soluciones, pensar en injusticias, pensar en los muertos, pensar en el virus, pensar en las deudas, pensar en la salud del padre, pensar en mi hermano y mi madre, pensar y llenar la cabeza de angustias clavadas con espinas mientras en momentos te paralizabas.  

Dos años pasaron y el arquitecto falleció. El padre de Nemesio había estado en el hospital durante un par de meses. Mensajes en grupos sobre su estado y para pedir donaciones de sangre, mensajes privados entre los amigos para hablar sobre aquella segunda figura paterna que nos cuidaba, fumando sus cigarros y leyendo el periódico, mientras unos adolescentes jugaban en el sótano a crear personajes y escapar, tirar dados, escuchar música, hablar de películas en una casa tan grande que parecía un castillo, una casa tan grande que los hacia sentir a salvo del resto de la ciudad, una fortaleza protegiéndolos de ellos mismos y de sus sombras. El arquitecto siempre estuvo ahí, desde lejos, cuidando, tomando fotos, se acercaba y hacia un par de bromas, sus hijos protestaban, el se alejaba entre risas, volvía a su lugar, su oficina, su periódico, su televisión y sus cigarros, volvía a cuidarnos desde lejos. Eso se volvió un ritual que duró muchos años, un ritual que se convirtió en parte de mí y ya no está, un ritual que se transformó en un hueco, un hueco que se alojó en mi pecho.

El duelo sobre el duelo, la muerte ensimismada, el constante desanimo, las misas, los funerales, los velorios, los abrazos torpes y los pésames incomodos. Me dolían algunas partes del cuerpo, la cabeza me pesaba, estaba enojado, pero también quería tirarme en el suelo a pedir tregua, pero había que estar de pie, eso decían, eso pedían.  

Finales de febrero de ese mismo año, mi padre se fue mientras dormía. Días antes se había sentido un poco débil, le costaba un poco respirar, el día que murió tenía cita con el médico. Don Roberto detestaba los hospitales, prefería desangrarse en casa entre sus cosas antes que ser atendido por doctores y enfermeras. De todas las cosas que pasaron en esos años, de la única que doy gracias es que no pasara sus últimos días en un hospital.

En ocasiones estoy, contemplo, respiro lento, abro y cierro mis puños, entrecierro los ojos. Algo se incendia, las brasas arrasan, las palabras las veo venir a la distancia antes de ser pronunciadas, chocan, se estrellan, las conozco, me asquean. Dicen que aguante, que es lo que es, todo se trata de un plan, que hay que agradecer. No digo nada, pero siento que algo está rasgando la carne en medio de un incendio.

No hay reflexiones, no hay moralejas; a veces en eso reincide la crueldad, en que al final no hay nada y el tiempo te arrebata todo, lo arrasa dejándote con el silencio más solmene y feroz.

Te vuelves esa persona cansada, con el peso de las memorias rompiéndote la espalda. Un desconocido para tus propios recuerdos.

Todo quema, un vacío que devora y libera brasas. Un desfile de sin sentidos inconexos, de muertes y absurdos, de gritos sin integridad para llenarte de razones mientras caminas con los pies pesados.

Thanatos y Cronos liberaron algo dentro de mí. Y mientras el desplome sigue y continua, trato de tener los ojos abiertos y los oídos atentos para aprender a caer.

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