En lo más profundo del valle, donde la nieve lo cubre todo y el viento teme llegar, se celebra un aquelarre. Las brujas cantan con voces chillonas, se enteraron que las seis estrellas se extinguieron, las brujas bailan con los pies desnudos en el aire.

Se les negó el suelo hace mucho tiempo, pero esta noche no les importa. Es una noche para celebrar y olvidar maldiciones.

Ellas saben algo que los demás no, algo sobre las seis estrellas y el fuego negro, algo acerca de los lobos.

Los lobos han comenzado a morir y el fuego negro se está extinguiendo. Ellos se dirigen al mar, marchando todos juntos. Dejando sus pisadas en la nieve, en la tierra y en la arena. Dejando sus últimas huellas en el mundo.

Los lobos dejaron de aullar, la luna se encuentra inconsolable.

Los niños se apresuran a sus ventanas, quieren ver a los lobos pasar. Sus padres aterrados les exigen que no los vean, algunos hacen caso y otros muchos ignoran la orden. Los hombres y las mujeres sellan las puertas, alejan a los niños de las ventanas y las cubren, hacen lo que pueden. Pero algunos niños son ingeniosos y esquivan a sus padres ya que la curiosidad es grande por ver a los lobos marchar hacia el mar.

La lluvia los refresca en su marcha, los bendice por última vez. El cielo grita estruendos en tormentas, se  despide de ellos.

Las brujas no dejan de bailar, los niños comienzan a llorar y los adultos demandan que todo acabe ya.

El mar es gentil y espera, los lobos contemplan algo más allá del horizonte, más allá de las dunas, algo que solo ellos pueden ver y lo hacen una última vez.

El mar les da la bienvenida, los recibe a todos y a cada uno de ellos. El abismo azul ahora será su hogar. Les cantara cuando tengan miedo y las olas los arrullaran cuando estén inquietos, así podrán descansar por siempre en la oscuridad.

El fuego negro se ha extinguido al fin y las brujas lo celebrarán durante cien noches entre cantos y bailes, cien noches en las cuales los niños no podrán dormir porque los lobos se han ido para siempre.